lunes, 29 de mayo de 2017

Flores y promesas

Flores y promesas en bicicleta.

El parque estaba invadido de chiquillos y palomas que se confundían entre aleteos y carcajadas. En una esquina una muchacha vestida con telas abundantes igual que las heliconias colgantes junto a la quebrada;  tocaba una flauta de bambú. La música y el perfume de la gente al pasar penetran el presente hasta lo más profundo de la piel.  Los vientos de un dieciocho de diciembre prometen ser frescos las tardes, cálidos en las mañanas y muy fríos de madrugada. En el parque se arremolinan con el viento fresco algunas hojas de almendro y hacen un ligero garrapateo haciendo  cosquillas a los adoquines.
Ella se estaba sentando tímidamente en una centenaria banca de madera.  Las olas del tiempo le revolcaron el cabello y su memoria  pudo percibir el perfume de una canasta de flores que un joven le había regalado ochenta años antes.  
La promesa de un verano arcaico le traía allí cada tarde desde hacía varias semanas.  Los olores y texturas de la tarde por inercia le retornan a ese parque,  eso que huelen a tierra mojada y a melcochas, a caricia en el pelo y a beso tierno. Una melancolía de violines y palomas le trae serenata todas las tardes en esa banca de madera.
Una campanita de bicicleta se escucha venir en alguna parte. Su corazón empieza a latir como los tambores lejanos de una comparsa. El tintineo parece dar vuelta frente a la iglesia, y acercarse con resolución. Los niños y las palomas abren paso  y la muchacha de la flauta hace dormir su nota hasta traspasar las los adoquines del piso hasta el centro de la tierra y arriba abre las nubes dejando clarear el cielo por encima de la dulce anciana que está sentada en la banca de madera.
Un simpático centenario de blancos cabellos y sonrisa de sol,  detiene su bicicleta, trae una canasta llena de rosas rojas,  violetas, y blancos jazmines.  Ceremoniosamente los coloca frente a su diosa, la dama luminosa de blancos cabellos y alma grande. Reposan. El  sentado con los pies cruzados en el suelo como un clavel más entre el puñado de flores tirados. Ella le mira como hacia muchos años. Sus corazones como viejos tambores se alejan por el camino que lleva a la quebrada detrás de los jardines de la iglesia. Sus almas hacen uan escalera sobre los almendros, se van de la mano deslizándose entre los rayos de sol que la música dejo entrar entre las nubes blancas.

Una manada de garzas blancas se alejó hacia las montañas.