Misteriosa y
bella.
No sé lo que piensa,
pero los bosques temen su tristeza, porque oscurece el día y entumece la noche.
No sé lo que piensa, pero los ríos se
paralizan cuando le mira ensimismada sentadita en una piedra para no turbar sus cavilaciones. No sé
lo que piensa, pero todas las flores del
jardín se abren hasta desprender casi sus pétalos, cada vez que ella va en
silencio, para escuchar sus sueños callados. No sé lo que piensa pero mis poesías a veces
se deshilachan como hilos viejos estirados al solo intentar pensar lo que piensa. No sé lo que piensa, pero me da miedo, saber
que entre ceja y ceja, ella puede destrozar los míos, ella puede desatar el
nudo de los collares de Dios y dejar caer las perlas una a una para adornar
donde camina.
Tenía el cabello
claro y muy largo, como cataratas que caen directamente del cielo. Jugar con
esos cabellos, igual de intrépido que nadar en esas posas turbulentas. Peligro de
ahogarse en la profundidad de sus remolinos. Solo acariciar uno de sus hilos,
es conectarse con los hilos del alma que conectan la mía con el alma del cielo
a través de las cataratas.
Tiene la piel
blanca como un desierto de harina lista para hacer frondosos panes y alimentar a todos los pobres
del mundo. Blanca y bella, abundante en amor y generosidad, su piel que siendo clara pude cegar pupilas
solo al ver el reflejo del sol en su cara. Sus manos blancas que alimentan a
todos los pobres del mundo.
Su voz, el eco
de la creación, el efecto deseado del ave del paraíso, el abrir su boca no solo brotan palabras sino colores,
esperanza y un amor que desborona las
piedras. Las ondas de su vos en las mañanas cuando sale a la pulpería, y dice
hola, como invocando los duendes bajo los troncos viejos que son las vecinas
chismosas. Esa vos, se escabulle por
entre las rendijas de las casas, suaviza las almas duras, las caras duras, las
armaduras. Desborona las piedras de la orilla del camino.
Esos ojos claros
infinitos, si te miran tres segundos, inevitablemente te desgajas como un cedro
viejo al sol. Como una semilla del gavilán a medio día de verano. Porque esos
ojos claros queman los pecados a la buena o a la mala. Te penetran si eres
digno de una mirada, te envenenan implacablemente hasta caer a sus pies como un
esclavo, como un siervo que puede caminar descalzo por las brasas hipnotizado,
volar, llorar, morirse de risa o del fuego del mismo infierno. O desgajar su alma y abrirla como una vieja
tabla de cedro al sol del día.
Es tan bella que
te sientes poco y todo. Una tarde caminando por el bosque, abríase paso las
ramas y las malezas. Los hombres del
pueblo como ratas al sonido de una
flauta, se perdieron en la noche, escuchando su voz como quien busca la olla de
oro al final del arco iris, las sirenas de un mar lejano, sus pies descalzos se rajaban como tablas viejas
de cedro entre las piedras del bosque, dejaban tejidos de piel en las ramas,
desesperados por encontrarla. Y nunca volvieron.
Pero ella no estaba allí, estaba en cada flor
del bosque y en cada sonido de grillo. Estaba en la serenata que canta el
viento con las hojas y las aves en la noche. Estaba en la luna mirando hacia abajo
y en el reflejo de la misma en la posa del río mirando hacia el cielo. Estaba
en las semillas a punto de nacer bajo las hojas húmedas y en las flores a punto
de abrirse al amanecer de esa noche negra.
Ninguno de ellos volvió. Solamente quien se
sentó a escuchar el silencio del agua, a
ver los colores de la oscuridad del bosque de su tristeza. Solamente quien subió
por las cataratas de su pelo hasta el cielo al meterse en sus sueños callados.
Solamente pudo
atisbarla, quien se atrevió a descubrir su belleza en las piedritas del camino y en la paz de su blanca piel generosa Solamente quien convertido en amor, pudo alimentar
todas las bocas del mundo. Satisfecho de no buscarla, de solo esperarla, de
solo convertirse como el río en mar, como poema en los sueños de la bella
misteriosa.