jueves, 6 de octubre de 2016

Misteriosa y bella


Misteriosa y bella.

No sé lo que piensa, pero los bosques temen su tristeza, porque oscurece el día y entumece la noche. No  sé lo que piensa, pero los ríos se paralizan cuando le mira ensimismada sentadita en una piedra  para no turbar sus cavilaciones. No sé lo que piensa, pero  todas las flores del jardín se abren hasta desprender casi sus pétalos, cada vez que ella va en silencio, para escuchar sus sueños callados.  No sé lo que piensa pero mis poesías a veces se deshilachan como hilos viejos estirados al solo intentar  pensar lo que piensa.  No sé lo que piensa, pero me da miedo, saber que entre ceja y ceja, ella puede destrozar los míos, ella puede desatar el nudo de los collares de Dios y dejar caer las perlas una a una para adornar donde camina.
Tenía el cabello claro y muy largo, como cataratas que caen directamente del cielo. Jugar con esos cabellos, igual de intrépido que nadar en esas posas turbulentas. Peligro de ahogarse en la profundidad de sus remolinos. Solo acariciar uno de sus hilos, es conectarse con los hilos del alma que conectan la mía con el alma del cielo a través de las cataratas.
Tiene la piel blanca como un desierto de harina lista para hacer  frondosos panes y alimentar a todos los pobres del mundo. Blanca y bella, abundante en amor y generosidad,  su piel que siendo clara pude cegar pupilas solo al ver el reflejo del sol en su cara. Sus manos blancas que alimentan a todos los pobres del mundo.
Su voz, el eco de la creación, el efecto deseado del ave del paraíso, el abrir su boca  no solo brotan palabras sino colores, esperanza y  un amor que desborona las piedras. Las ondas de su vos en las mañanas cuando sale a la pulpería, y dice hola, como invocando los duendes bajo los troncos viejos que son las vecinas chismosas.  Esa vos, se escabulle por entre las rendijas de las casas, suaviza las almas duras, las caras duras, las armaduras. Desborona las piedras de la orilla del camino.
Esos ojos claros infinitos, si te miran tres segundos, inevitablemente te desgajas como un cedro viejo al sol. Como una semilla del gavilán a medio día de verano. Porque esos ojos claros queman los pecados a la buena o a la mala. Te penetran si eres digno de una mirada, te envenenan implacablemente hasta caer a sus pies como un esclavo, como un siervo que puede caminar descalzo por las brasas hipnotizado, volar, llorar, morirse de risa o del fuego del mismo infierno.  O desgajar su alma y abrirla como una vieja tabla de cedro al sol del día.
Es tan bella que te sientes poco y todo. Una tarde caminando por el bosque, abríase paso las ramas  y las malezas. Los hombres del pueblo como ratas al  sonido de una flauta, se perdieron en la noche, escuchando su voz como quien busca la olla de oro al final del arco iris, las sirenas de un mar lejano,  sus pies descalzos se rajaban como tablas viejas de cedro entre las piedras del bosque, dejaban tejidos de piel en las ramas, desesperados por encontrarla. Y nunca volvieron.
 Pero ella no estaba allí, estaba en cada flor del bosque y en cada sonido de grillo. Estaba en la serenata que canta el viento con las hojas y las aves en la noche. Estaba en la luna mirando hacia abajo y en el reflejo de la misma en la posa del río mirando hacia el cielo. Estaba en las semillas a punto de nacer bajo las hojas húmedas y en las flores a punto de abrirse al amanecer de esa noche negra.
 Ninguno de ellos volvió. Solamente quien se sentó a escuchar el silencio del agua,  a ver los colores de la oscuridad del bosque de su tristeza. Solamente quien subió por las cataratas de su pelo hasta el cielo al meterse en sus sueños callados.

Solamente pudo atisbarla, quien se atrevió a descubrir su belleza en las piedritas del camino y en la paz de su blanca piel generosa Solamente quien convertido en amor, pudo alimentar todas las bocas del mundo. Satisfecho de no buscarla, de solo esperarla, de solo convertirse como el río en mar, como poema en los sueños de la bella misteriosa.