lunes, 4 de octubre de 2010

Lección del río # 15

La razón de todo es la apreciación.

Esa tarde, tampoco yo pregunté nada. Me quedé callado porque no quería escuchar nada. Durante la semana había muchas cosas que rondaban mi cabeza y era suficiente de ruidos. Por eso me acerque silenciosamente a sentarme en la roca favorita. Allí traté de no interrumpir el sonido del agua y las chicharras. No trate de escuchar, ni de preguntar, ni de concentrarme en nada. Estaba algo cansado de pensar y poco a poco las aguas se fueron llevando mis cada vez más silenciosos razonamientos.

Algún rato estuve así, no sé cuánto, no me había esforzado por cerrar los ojos ni sentir nada.
En un instante me sentí explotar de dicha por dentro. Los sonidos, los colores y las texturas de todo lo que me rodeaba se metieron en mí. No, mentira, creo que yo me metí en ellas. Se expandió mi piel, se alivianó todo el cuerpo y pensé que si no me aferraba a la roca el aire me llevaría. Observé el agua y me sentí fluir con él. Sentí su frescura, y pude ver el juego de las moléculas danzando entre las aguas y el aire. Entre las rocas y el musgo, entre mi espíritu y el cielo. Jugué con los insectos que por allí volaban y entendí lo que decían. Pude sentir como la dicha invadía las venas de mi cuerpo mientras la sabia corría por los tejidos de los árboles ante mis ojos. Encontré el sentido de la evolución

Gracias le dije al río mientras despertaba de ese momento de apreciación. Con el alma henchida de un gozo ilimitado. Gracias por permitir apreciar todo esto.

Gracias me dijo el río; hoy me has regalado tú, el único regalo que esperé desde que era solo una gota de agua y flotaba en el caos. Gracias por sentir la apreciación ante mí, con eso encontré el sentido a mi vida; y me has desnudado un espíritu gozoso. La apreciación de las cosas es la energía de la creación y su razón misma.