sábado, 12 de diciembre de 2009

De cacao, melcochas y sueños.

La primera vez que se vieron, se dieron cuenta que su destino ya estaba amarrado. Él tenía solo 14 años y ella 12. Un aguacero fue el culpable de que se encontraran aquél día, en que se inauguraba la línea del ferrocarril hacia la finca California. Recordemos que desde los tiempos de la Yunai casi todas las bananeras de la zona tienen el nombre de un lugar en los Estados. Fue en el primer tren en el que vino ella con su padre, el principal socio de la empresa. Era un terrateniente cafetalero de San José que quiso invertir en algo diferente. Y su hija era el único miembro de la familia que le acompañó, recompensando con creces tantas cosas desagradables que traería la bananera.
Regresaba de su jornal una fila enorme de peones todos con los pantalones arrollados casi a la rodilla y con botas nuevas que recién estrenaban como obsequio por terminar la línea; parecía un ejercito uniformado solo de la pantorrilla hacia abajo. Caminaban algo cómico porque estaban acostumbrados a andar a pata pelada. Venían contentos y cantando porque en adelante tendrían trabajo fijo en las plantaciones de banano. Después de una larga caminata, y con un saquillo medio lleno de cacao seco, venia Constantino con el negro Waca quien se había hecho cargo de él desde que sus padres, una negra y un francés zarparan hacia Europa dejándolo en sus manos. Como el aguacero amenazaba con caer de pronto, ambos se metieron bajo el alero del comisariato del chino. No podían permitir que se les mojara las 40 libras de cacao seco que traían a vender donde el negro Mac Clin, y que al final quedarían en el comisariato por la lluvia y como pago de lo que terminaría siendo la reliquia mas valiosa de su vida.
Se destapó a llover, como hace mucho tiempo no llovía. Los ojos vivaces del muchacho peinaban el área para ver quien se bajaba del tren, que por primera vez llegaba al pueblo para el acto de inauguración. Y bajo una sombrilla amarillita y con bordados que chorreaban agua apareció un ángel de pelo de maíz; su nombre Hellen. La mirada del joven moreno nunca más estaría apagada. La fuerza de ese momento le duraría para siempre. Ella venía con su nana a comprarse unas melcochas, de esas grandotas, para llevar algo que golosear en el viaje de regreso y llevarle a sus 12 hermanos que se quedaron en Escazú. Compró las últimas que había sin considerar que el negro Waca quería comprar algunas para matar el frío del aguacero. “--- a mí me da dos --- hay Waca, ya no quedan --- contestó el chino ---, ni modo. … --- Tome, le regalo --- dijo la niña; y el comisariato quedó en silencio durante una hora seguida, porque todos querían saborear el timbre y el eco de aquella voz y palabras tan dulces. Que en ese momento le quitaban el lugar a las mismas melcochas, que era lo mas dulce que había antes en el pueblo. Constantino estiró tímidamente su mano, tambaleante igual que su corazón que en adelante ya tenía una razón de peso para latir el resto de su vida. Solo clavó en ella sus ojos mulatos como quien se asombra viendo la misma virgen; mientras tomaba las dos melcochas mas dulces del mundo.
Mientras la nana y Hellen lo pensaron para pasar hacia el tren, Tino maquinó aceleradamente en que le podía dar de agradecimiento a la niña, o más bien, como hacer para que ella también lo recordase. Ya que estaba seguro cual era su meta en la vida, a diferencia de todos los seres vivos de la zona. No pudo pensar en nada mientras ellas en 5 pasos ligeros se subían al balcón del tren. En el último escalón la niña se detuvo a sacudirse y limpiarse los ruedos de su vestido verde claro con sus manitas porque no andaba toalla. En el mostrador del chino había unos limpiones estampados a la venta; Tino sin pensar en como pagarlos agarró uno blanco con una carreta estampada, metió la mano en su saco de cacao y envolvió una semilla de cacao dentro, corrió a la plataforma del tren y estiró la mano hacia la niña. No dijo nada; ella lo tomó, y le miró feliz bajo ese aguacero sin fin. El tren inició la marcha de regreso porque la actividad se cancelaba por tanta lluvia. Tino, empapado de agua y de sueños; ella decía adiós con el limpión y sonreía, los demás continuaban en silencio.
Como el cacao dejó de venderse, el joven se inició en los trabajos de la empresa bananera. Fue el mejor peón que jamás haya existido en la historia de los bananales. A pesar de todas las humillaciones y abusos que se cometían el la finca. Para los blancos, Nicas, guanacastecos, y de otras regiones del país fue brutal esos tiempos, mas aún para un negro sin padres. Empezó haciendo huecos para sembrar banano en aquellos barriales que se iban a veces hasta la cintura. Luego pasó por todos los trabajos, desde la deshoja, hasta carrero, donde rompió el record de racimos en un viaje. Por las tardes se las ingenió para aprender a escribir y leer. Tino fue el primero que se le ocurrió que algún día una maquina de motor podría jalar el carro de frutas, hasta lo diseñó en una hoja y de lo entregó a un ingeniero que llegó de la YUNAI. Uno nunca sabe de donde vienen las grandes ideas. Como era tan bueno para dar ideas que facilitaran el trabajo, pronto fue encargado y jefe de la empacadora. La primer empacadora como tal que hubo en CR, ya que antes se mandaban los racimos enteros al barco. Se le ocurrió lo de las pilas de agua y las fajas corredizas para agilizar el empaque y la carga. Tenía una meta y tenia que lograrla antes de los 20, calculando que ella tuviese unos 18. Cada ves que llegaba un grupo de gente de San José, se volvía loco por estar entre los anfitriones, cosa que le costaba por ser el único negro de los encargados.
Se ganó el cariño de toda la gente y también se ganó un buen ahorro que durante esos 6 años iba guardando para comprarse una finquita en algún lugar mas alto de Siquirres; pensando en que el clima fuera mas fresco que esas llanuras. Tubo que aguantar muchas injusticias, pero la más cruel, la sintió cuando por fin creyó que ya tenía el respaldo económico para comprar la finca e ir a San José. Para un negro, era prohibido pasar de Turrialba hacia la meseta central. Nunca lo pensó demasiado, ---en tren, hasta turrialba, luego me las juego a pata --- se resolvió apenas lo supo y nunca se lo puso a dudar sin escatimar un segundo la dimensión de la distancia ni el precio físico. Así era su forma de enfrentar sus retos; por ejemplo la ves que le dijeron que no se ilusionara con esa niña que se va en el tren, --- esa--- le dijo el chino aquel día, ---nunca se fijará en un negro---. Tino nunca le puso oído a palabras de desaliento. Por eso logró escalar en cuatro años como nadie ni antes ni después lo haya hecho un negro en ninguna empresa.
Pero, ¿Cómo llegó Tino a San José? A pata. Veamos. Un sábado de septiembre en plena mañana tomo el tren por primera ves hacia Turrialba con el pretexto de ver un tipo de cajas de madera que pudieran servir para empacar el banano. En turrialba se compró un abrigo una mudada nueva para el día que la encontrase, y una bolsita con melcochas rayadas, de esas grandotas.
La gente de las fincas que lo vio pasar por la línea hacia Cartago notó una fuerza en el andar y su mirada fija, que a nadie se le ocurrió interponerse en el camino para atrasarlo. Mantuvo su ímpetu hasta que llegó a San José, solo tomó un respiro cuando pasó por los primeros cafetales que estaba en el apogeo de la florea; ese olor lo extasió infundiéndole inspiración y fuerza para cruzar el valle Central. Este debe ser el paraíso, pensó, ya se porque la niña no volvió a esos zancuderos de la zona. Estaba haciendo un verano riquísimo y sin embargo el aire era fresco.
Llegó de noche y buscó un lugar para dormir, cualquier lugar sería bueno pero nadie le quiso dar posada por ser negro; recordemos que en San José sería el único en ese momento. Se fue a buscar una iglesia para pasar la noche, y encontró una al frente de un teatro que recién inauguraban. De allí salía mucha gente, y e enfrente vio un carruaje que salía sin caballos y sonaba como un trencillo, era el primer carro que vino al país. Nunca se imagino quien iba dentro, solo sintió como una nube de paz que lo alivianó y le quitó de un soplo todo el cansancio del viaje. De largo siguió el carruaje sin caballos que lo llevó hasta Escazú, a una mansión muy hermosa donde se celebraría una cena de despedida, para alguien que se marcharía el día siguiente para Europa, específicamente a Francia. Como pudo, Tino se metió al enorme patio siguiendo su intuición, acurrucado debajo de un arbusto, sus ojos y oídos estaban más alerta que nunca porque vio bajar del carruaje a un ángel, con pelo de maíz. Era la chica que se marcharía el día siguiente al otro lado del mundo.
Solo se despertó una ocasión en la noche y se dio un gran susto, al ver una cosa blanca y pequeña que se movía como un fantasma en el aire al otro lado del patio. Cuando se despertó bajo el arbusto, aún estaba algo oscuro y al levantarse sintió contra su cabeza una pelota como de fútbol americano. Hacia casi 6 años que no sentía entre sus manos una fruta de cacao, no podía creer lo que estaba viendo. Se puso así nomás la ropa limpia que traía y se sentó frente al murito que había en la entrada de la casa. Pendiente de lo que sucedía y quien se movía. Lo primero que vio al aclarecer la mañana, fue que al otro lado del patio, salió como una aparición divina, una muchacha en bata blanca, bella como un cafetal en plena florea. Ella salio a recoger un limpión blanco con una carreta estampada, que estaba solo en un tendedero y se batía con el viento. Lo había lavado el día anterior porque tenia mucho tiempo guardado y quería llevárselo limpio a Francia. Era un recuerdo de un día que había ido a la zona bananera con su padre.
Quedó como paralizada cuando vio un negro caminado hacia ella, bien vestido, pero negro. Al ver sus ojos tan llenos de fuerza y vida, supo de quién se trataba. Eso no se registra normalmente en la historia, pero fue la primera vez que un negro de Siquirres tomó la iniciativa de abrasar a una rubia rica, y no fue rechazado.--- Me llamo Hellen; --- y yo Constantino.
La tarde de ese día iba Tino de regreso a su tierra, muy feliz en su pensamiento porque sabia que nada es imposible, tenia metas mas grandes; compraría un carro, ( el primero que llegó a la zona) iría a Francia, buscaría a sus Padres, se reencontraría con Hellen para siempre… todo eso pensaba mientras se secaba el sudor con un limpión estampado. Y en es mismo momento iba la muchacha mas linda de Costa Rica hacia Francia, como aquella vez en el tren, saboreando melcochas de esas grandotas.



Enrique Segura 2007